Cuando el público se enfrenta a una película de Michael Haneke suele estar prevenido. El concepto de sadismo a menudo se liga a su obra a pesar de que el propio autor lo rechace. Pero lo cierto es que tras ver historias extremas y dolorosas como las narradas en El vídeo de Benny (Benny´s video, 1992) o Funny Games (1997) se puede comprobar cómo el objetivo no es sino provocar incomodidad en el espectador.
Caché no es una excepción y cuenta con muchas de las premisas básicas de su cine. Una vez más, la historia de una familia es la excusa perfecta para mostrar carencias sociales. Con la alusión a
El uso de un esquema simple, roto por un flashback onírico e imprescindible dado su contenido informativo, ayuda a marcar un tempo in crescendo que deja sin aliento. No se trata de un ritmo trepidante, que no es lo pretendido; Haneke consigue esta intensidad porque nos pone contra las cuerdas sirviéndose de un elemento que tan bien está funcionando a lo largo de su carrera: el mostrar las evidencias de la doblez humana. Nadie está a salvo ante su mirada, el cineasta parece conocer todos los secretos, por muy ocultos que éstos estén, y no duda en sacarlos a relucir aunque sea un ejercicio doloroso. Y logra que el espectador salga pensativo de la sala; remueve conciencias, sí, pero nos deja indefensos porque no ofrece solución alguna. Este demiurgo no juzga, no se implica, se limita a observar y mostrar acontecimientos de una forma un tanto desconcertante para el espectador. Al no intervenir, la sensación de realidad es tal que en ocasiones permanecemos sin saber la respuesta de alguna de las preguntas, como si estuviésemos espiando a través del ojo de una cerradura y nuestro objetivo se moviese constantemente sin dejarnos ver todo lo que sucede tras la puerta.
La acción discurre tranquilamente, sin prisas, y los personajes van mostrándose dejando de lado las máscaras bajo las que se ocultaban en un principio. La fotografía naturalista ayuda a crear la sensación de realidad buscada obviando artificios que no hubieran hecho sino estorbar.
Destaca el papel de Daniel Auteil que, aunque contenido al inicio, cada vez se muestra más desquiciado. El suyo es un personaje absolutamente ególatra, sin principios y cruel. Su evolución es nula y la conclusión, desoladora. No hay aprendizaje posible en un mundo hedonista donde sólo cuenta el bienestar. Se trata de la pretensión última de Haneke, la búsqueda de una reflexión que ha de producirse a la fuerza, porque somos sacudidos con una violencia tal que no podemos cerrar los ojos ante la realidad. Una vez más, el resultado es el ansiado.
4 comentarios:
Gran película y gran director. Creo que dentro de poco estrena su última obra.
De la cual por cierto he oído hablar maravillas, algunos dicen que es su obra maestra. A ver si es verdad y a ver si la estrenan aquí.
Por cierto ¿no creen que se podría hacer una versión de Caché pero con un español y un saharaui?. La alegoría de la película nos viene al pelo con el caso de nuestra antígua colonia.
Gracias por los comentarios alusivos a la crítica y por los ánimos y los "seguroqueganas" :-P
Yo también estoy deseando ver la última de Haneke, es un tipo que me emociona siempre.
Besabrazos para ambos.
Ostras! Qué interesante el taller, no? Si te enteras de otras cosas parecidas, avísame, porfa. Un beso. Jesús
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