viernes, diciembre 21, 2007

WEST SIDE STORY




Como siempre, asistir a la proyección de un musical, clásico donde los haya, supone un placer para mí. Tal vez haya quien considere este género como algo demasiado dulzón o amanerado, pero lo cierto es que cualquier aficionado a la buena música y al baile debería disfrutar al máximo con películas como West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961).
Pero en este caso he de admitir que gracias a que el film está sabiamente compensado (al cincuenta por ciento entre historia de amor realmente empalagosa y magníficos bailes y coreografías) no se hacen pesados los 155 minutos que dura. Y es que Tony y María ponen demasiado almíbar en una historia de bandas, de chicos malos que no tienen más que hacer que estar todo el día en la calle peleándose por lograr una supremacía que de nada sirve y que sólo pone de manifiesto prejuicios raciales y sociales. He aquí el trasfondo moralizante de la película, unido al hecho de que el amor puede romper todas las barreras: un Romeo y una Julieta maleados por las malas compañías y la desilusión del sueño americano o quizás un Jesús (que aboga por el amor incondicional y la tolerancia en todo momento) y una María Magdalena de amor imposible (véase la piedad del final o que estoy sobre interpretando por la deformación profesional, que todo puede ser).
Pese a todo, lo mejor son los números de baile, aunque mejor sería calificarlos de gimnásticos a la luz de las piruetas y saltos de los personajes masculinos, protagonistas indiscutibles de la cinta (aunque debo destacar a la esplendida Rita Moreno, con una gran actuacion). La música de Leonard Bernstein en realmente buena, si acaso peca en algunos momentos de caótica llegando a la cacofonía en momentos como cuando se interpreta Tonight a cinco voces (sí, a los genios también les puede pasar alguna vez, en otro caso serían pequeños dioses). Pero todo se le perdona al escuchar joyas como esta maravilla con la que me auto agasajo en esta época de regalos.
¡Feliz Navidad a todos!


martes, diciembre 18, 2007

EL ARCA RUSA




Aleksandr Sokurov siempre consigue dejarme con la boca abierta. En este caso con la alucinante El arca rusa (2002), un trabajo realmente sorprendente debido, principalmente, a la labor técnica, dado que los casi 100 minutos de película están rodados en un plano secuencia que nos introduce literalmente en la historia de Rusia de los últimos siglos.
Me parece incríble que el cineasta consiga a la cuarta intentona no cortar ni una sola vez y que el gran número de extras moviéndose por la estancias y salas del Hermitage no desentone.
Un extraño europeo nos va guiando por las salas y por la historia rusa, a la par que habla con alguien que parece ser un espíritu y que podría ser el propio pueblo ruso que dialoga con Europa y que acaba por dejarla marchar, tras comprobar su desprecio por la cultura rusa (para ella es imposible que haya buenos artistas rusos, la primera elección es que el pintor o músico de turno sea foráneo).
El museo es impresionante, al igual que los lienzos allí colgados (aunque se llega a comparar a El Greco con Rembrandt (?), y la recreación de la mazurca bailada por un gran número de danzarines es relamente hermosa.
Ya lo dije en su momento al hacer la reseña de Madre e hijo, y lo reitero: Sokurov es un cineasta a tener en cuenta.

miércoles, diciembre 05, 2007

NEW YORK, NEW YORK




Nuevo ciclo titulado Nueva York en el cine. Las películas escogidas en esta ocasión hacen un recorrido por las distintas visiones cinéfilas de la gran ciudad: King Kong (Merian C. Cooper y Ernest B. Shoedsack, 1933), Un día en Nueva York (Stanley Donen y Gene Kelly, 1949), La ley del silencio (Elia Kazan, 1951), West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961), Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), Manhattan (Woody Allen, 1979), Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984), Kids (Larry Clark, 1995) y 11´09´´ 01 - 11 de Septiembre (2002).
Y no es mal comienzo el empezar con la primera versión de la historia del simio gigante, ¡la Octava Maravilla del mundo!, realmente conseguida y que refuerza mi admiración por los grandes artesanos de los efectos especiales (en este caso Willis O´Brien, pero también otros como el siempre infravalorado George de Méliès o Ray Harryhausen).
La ternura que me inspiran este tipo de films es infinita. Me encanta la exagerada gestualidad todavía tan cercana del cine silente, la técnica de stop - motion que no logra ser superada por los efectos digitales de hoy en día (si me dan a escoger, siempre me quedaré con este tipo de efectos especiales. Será porque también me gusta más el arte de los siglos XV - XVII que las videocreaciones)...
Cada vez que acudo a una de estas sesiones rituales de recuperación del mejor cine me sorprendo de lo interesante que sería hacer un estudio sociológico en base a las reacciones de los espectadoras allí presentes (pero la mayoría son mujeres de edad avanzada, quizás por eso no sería un estudio demasiado válido). Me alucina ver cómo son capaces de troncharse cuando el gran Kong se merienda a varios personajes que pasaban por allí, como quien no quiere la cosa. Se trata de ese tipo de respuesta que no consigo entender. Realmente me parece sorprendente. Supongo que si el mono y los humanos fuesen reales no se reirían así (o eso espero).
En fin...

lunes, diciembre 03, 2007

LA TORTURA

Ayer por la noche me frotaba las manos complacida por el estreno televisivo de El perfume (Tom Tykwer, 2006), sólo un año después de que me la perdiera en las carteleras. No he leído el libro y por eso estaba bastante expectante. Hoy creo que ni el libro me voy a leer (es algo que suelo hacer: ver primero las adaptaciones cinematográficas y luego leerme las obras. No preguntéis por qué, pero es un reto para la imaginación).
¡Qué desastre! Mientras los que me acompañaban cogían un libro para no morir en el intento o se iban a dormir directamente, yo aguantaba estoicamente y le robaba horas al sueño hasta que la rabia se apoderó de mí y abandoné a poco del final.
Desde el inicio ya hay algo que molesta. Tal vez el manido topicazo de la sociedad francesa del XVIII, con esas pelucas que conspiran y retozan con amantes de todo tipo, tal vez la mala resolución actoral de todos los intérpretes, empezando por el propio Dustin Hoffman y pasando por el protagonista (Ben Whishaw), una especie de perro buscatrufas que no aporta nada al film.
El trabajo del director tampoco es elogiable, sin embargo destacaría su labor como compositor de la banda sonora, lo único reseñable (creo que fue lo que me hizo aguantar tanto ante el televisor).
Lo más patético, ese momento de "presencia angelical" e instigadora de la orgía (obispo incluído) ante el cadalso. Sin palabras.
Películas como ésta sobran, aunque sean adaptaciones de best-sellers (véase Alatriste), y suponen un insulto para la inteligencia del espectador.
He dicho.