sábado, diciembre 25, 2010

AÑO NUEVO Y CINE ESPAÑOL




Estado de ánimo blogero: de momento, preparando dos artículos sobre cine español. Os dejo con una reflexión del maestro.

Yo abogo por la complejidad, por un tipo de cine que no está de moda, un cine sin las facilidades seductoras de la aventura superficial; un cine que duela, que conmocione en las profundidades; un cine de estética deslumbrante, pero también de deslumbrante sencillez, o de deslumbrante complejidad; un cine de autor porque detrás de cada buena imagen hay alguien con talento que la crea, y sobre todo porque ese alguien me cuenta cómo ve él la vida - sólo él, su punto de vista, sus inquietudes - y me enriquece con su visión; un cine a veces difícil de ver, complejo, inteligente y sobre todo sensible.


(Carlos Saura).


Ojalá te escuchen.


lunes, septiembre 27, 2010

¡EXTRA, EXTRA!




Noticia de última hora. Acaba de salir el segundo número de Ojo de buey, interesante publicación de la que soy colaboradora. En esta ocasión está dedicado a David Fincher. No os perdáis mi interpretación de Seven y la revisión de un clásico de Louis Malle, Zazie en el metro.



http://ojodbuey.blogspot.com/

martes, mayo 11, 2010

LA ISLA INTERIOR (DUNIA AYASO Y FÉLIX SABROSO, 2009)


Cartel de la película.



Creo que no lo he dicho aquí antes: me gusta el cine español que se está haciendo en los últimos tiempos. O, al menos, una buena parte del mismo. Es más, matizo lo dicho afirmando que me gustan los actores que trabajan regularmente en estos momentos. Podría poner nombres pero me temo que la lista se haría larguísima y esta entrada perdería todo interés. Prefiero centrarme en la película que se anuncia en el título de la entrada que nos ocupa y que es la última que he podido ver.

Lo primero es lo primero y debo comentar que no he visto las películas anteriores del tándem Ayaso - Sabroso, por lo que mi desconocimiento de su trabajo es absoluto. No obstante, sí sé que suelen decantarse por el género de la comedia y que, a partir de Los años desnudos (2008) han cogido un camino orientado al drama que, en el caso que nos ocupa, es el género dominante.

Los cineastas proponen una pequeña historia ambientada en la isla de Gran Canaria, localización útil a la hora de situar a unos personajes que, cuanto menos, están aislados de todo y de todos. Este hecho me recuerda al cine de mi admirado Kim Ki - duk, siempre preocupado por el tema de la soledad y la incomunicación en la sociedad actual. La referencia puede ser válida desde el momento en que las relaciones que aquí se establecen son tan fuertes como lo es el amor fraternal que se deben todos y cada uno de los personajes protagonistas, un amor tan poderoso como el que se manifiestan / niegan los personajes creados por el cineasta surcoreano.

Una familia compuesta por los tres hijos, adultos ya, de un padre esquizofrénico y de una madre controladora. Cada uno afronta sus problemas como puede, en soledad y sin encontrar comprensión por parte de los demás: Martín vive fantasías creadas por su mente y adolece de obsesiones maníaco depresivas; Coral huye del dolor buscando amor y comprensión donde nunca podrá hallarlos; Gracia cree ser feliz en un mundo ficticio, el de la serie televisiva que protagoniza con éxito. Curiosamente, en lo profesional no han encauzado sus vidas tan mal. El verdadero problema radica en la familia, en cómo sobrellevar una problemática que es real y que nadie parece querer ver.






Martín sigue viviendo con sus padres, Victoria y Juan.



Pero empecemos a desenladrillar el cielo un poco. Permiso...


Atención: Spoilers


Prosigamos. Al principio se nos muestra la situación que desencadena el interés por conocer esta historia. Si Juan no hubiera sufrido el "accidente" que le ha de llevar a la muerte es probable que sus tres hijos decidiesen seguir cada uno por su lado, a pesar de que Coral y Martín se vean a diario en la casa de sus padres. Gracia, que vive en Madrid, ha de viajar a Las Palmas con urgencia, reencontrándose con una familia a la que necesita, lo cual demuestra con las numerosas llamadas que efctúa a lo largo del día. El problema radica en la imposibilidad de pedir ayuda. Pero no adelantemos sucesos. Como iba diciendo, Gracia regresa y se encuentra con que las cosas no van bien y parece que nadie quiera darse cuenta de ello. Así las cosas, ambos directores deciden ponernos en antecedentes, para lo que se retrotraen tres días en el tiempo y nos cuentan cada una de las historias; y por separado, a modo de capítulos precedidos por unos títulos en una tipografía creada por David Delfín (la misma que la utilizada en los créditos iniciales) que a mí, particularmente, no me gustan en absoluto (el toque infantil está de más para mi gusto).
Os podría hablar más de las historias, destriparos la película a los que no la hayáis visto todavía (pero si he avisado, señores), pero no, de lo único que quiero hablar es del trabajo de los actores.





Martín, Coral, Gracia y Victoria escuchan al médico, cada uno a su manera.

Atención a las expresiones de los rostros: son el resumen perfecto para cada uno de los caracteres.

Lo primero que he de decir, y con ello hago un breve resumen de lo que sigue, es que me quedé con las ganas de alzarme de mi butaca y aplaudir a rabiar. No lo hice porque una está bien educada y concienciada como para hacer el tonto en el cine, pero ya les digo que en el salón de mi casa me hubiese desquitado a placer.

Lo de Geraline Chaplin es algo a lo que ya estamos acostumbrados, pero no deja de sorprenderme la naturalidad de esta mujer que se ve tan frágil físicamente y, sin embargo, es capaz de crear unos personajes tan fuertes. Victoria es una mujer que, ante todo, apoya a su marido, su amor verdadero pese a lo sucedido en una etapa de sus vidas (descubrimiento horrible que hace el espectador y que condiciona los sucesos posteriores). Esta señora que traspasa la pantalla es maravillosa, digna hija de su padre.

Cristina Marcos da cuerpo y espíritu a un personaje sumamente frágil (todos lo son) y tierno. Su desesperación al comprobar como aquél al que ama y del que espera un hijo no está ni siquiera interesado en ella la lleva a sentirse diminuta hasta que su enfermedad mental (y la ausencia consentida de medicación) le lleva a crear situaciones terribles. Cualquiera podría ponerse en la piel de esta mujer que ha de abortar ante la imposibilidad de estar estable mentalmente y tener el bebé (no puede medicarse estando en estado). A pesar de todo ello, y de sus miradas de extrañeza al reencontrarse con los suyos (su personaje parece sentirse un tanto marciano al volver al hogar), no pierde la sonrisa y trata de comprender motivaciones como las de padre a la hora de abusar de su otra hija, Coral, interpretada por Candela Peña con gran acierto.

Es Coral la más fuerte de los tres hermanos, la más independiente (a nivel de la familia, eso sí, porque luego vemos como está totalmente enganchada a una relación con su jefe, interpretado por el enorme Antonio de la Torre, que no le beneficia en absoluto). Peña compone un personaje que se rebela y que estalla en el momento menos pensado, desencadenando así la tragedia. La escena en que se enfrenta a su padre (Celso Bugallo) con una rabia descontrolada es memorable y es la catarsis que necesitaba desde hacía mucho tiempo.


Coral y Martín se miran tras la escena en la que ella rompe con el tabú familiar.

Pero, para mí, es el personaje de Martín el más interesante de la película. El trabajo de Alberto San Juan es brillante, una vez más. De un tiempo a esta parte lo estoy encontrando en distintos proyectos y considero que ha crecido tremendamente como actor y que es uno de los valores seguros que tiene el cine español a día de hoy. Nos quejamos mucho del cine que se hace en este país pero lo cierto es que, como digo, contamos con buenísimos actores y San Juan es una buena prueba de ello (¿para cuándo una entrada dedicada a él? Pues, como la cosa siga por estos derroteros, antes de lo que ustedes piensan). El actor nos hace un regalo con el papel de Martín, profesor de Literatura enamorado platónicamente de una alumna (una pena que la joven actriz, Gara Mora, no sepa / pueda estar a su altura a la hora de darle la réplica), absorto en sus cavilaciones de tal manera que no puede darse cuenta de la tragedia vivida en su casa años atrás (es maravilloso el momento en que le dice a Coral que no recuerda lo que allí pasó), un enfermo, al fin y al cabo, que despierta una ternura infinita. Alguien debería cuidar a este niño encerrado en el cuerpo de un atractivo hombre evitando caer en la sobreprotección materna que, al final, es lo que más daño puede causarle (ya iré a París, ya tendré tiempo de escribir mi novela).

La película termina habiendo pasado muchas cosas, pero con un reultado similar al del comienzo. No sabemos si los tres hermanos conseguirán salir adelante con un mínimo de felicidad en sus vidas. Parece que no son capacer de unirse ante la adversidad y, por parte de Victoria, la madre, no podemos esperar la menor ayuda: ahora que falta su amado seguramente se convierta en una muerta en vida. Un drama familiar con todos los ingredientes.

Ayaso y Sabroso nos cuentan estas historias complejas, un muestrario barroco (por la complejidad de los caracteres que la conforman y si ánimo de desprestigiar el film con un adjetivo que no se debe entender como peyorativo) de cómo las familias pueden llegar a ser una mordaza, una soga al cuello que, en determinados momentos, asfixian hasta el límite.

Se trata de una película correcta, con una estupenda dirección de actores que ponen todo de su parte para contar con enorme realismo una historia conmovedora que coloca nudos en la garganta y que, de ser algo menos almodovariana en su estética, sería de matrícula de honor.



jueves, mayo 06, 2010

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS (ALICE IN WONDERLAND, TIM BURTON, 2009)




Los personajes de la película tomando el té muy bien avenidos.




Ya sabía yo que lo de las decepciones iba a ser la tónica habitual de este año cinéfilo. Tal vez no sea muy recomendable esperar ciertas películas con ansiedad pero, en algunas ocasiones, es inevitable (y ésta era una de ésas). Tim Burton tiene la culpa, ¡que le corten la cabeza!
Claro, una va tachando días, semanas y meses en el almanaque con la esperanza de no sentirse defraudada pero al empezar a escuchar noticias de refilón (a pesar de haber amordazado a ciertos amigos que, muy amablemente, se callaron sus opiniones por no condicionar a la que ésto escribe) y ver ciertas imágenes no puede reprimir un instinto animal que le dice que no va a salir satisfecha del cine. Y el instinto, que no es humano, no falla. Claro que no.

Aún así decidí cumplir un ritual importante para este tipo de cine de consumo masivo y, extremando las precauciones, acudí a una sala pequeña, en 2D (ya hablaremos de ello más adelante) y a horas intempestivas. Tres personas ante la pantalla. Genial. Shhhh, que empieza la película.

La primera impresión que tengo es que Alicia no me convence. Es demasiado tétrica, incluso para Burton. Esas ojeras y la palidez de su rostro... No la acabo de ver, no en el mundo en el que habita. Pero tal vez ésa sea la intención del cineasta, mostrarla como uno más de sus bichos raros, personaje extraño para aquellos que le rodean, cercano para aquellos que espiamos a través de la pantalla. El caso es que a mí me deconcierta y desconcentra pero bueno, tal vez el problema sea mío. Sin embargo, el trabajo de Mia Wasikowska no me disgusta y está bastante creíble en todo momento, con la cara de extrañeza que se supone debe tener una joven que no recuerda nada de su periplo previo por el País de las Maravillas.






Mia Wasikowska a punto de entrar en un mundo más real de lo que pudiera parecer.



Pero déjenme un momento, que cuelgo el cartel.

Atención: SPOILERS.

Gracias. Ya estoy con ustedes de nuevo. He dicho periplo previo, sí. Parece ser que Mr. Burton no deseaba hacer un remake de la película homónima realizada por Disney en 1951, aquella que todos conocemos y con la que, seguramente, hemos ido al cine a ver esta nueva versión del texto de Lewis Carroll. Así es y el guión recoge el mencionado texto que inspiró a la factoría de sueños, la segunda parte del mismo, Alicia a través del espejo, y otros textos del escritor, como el denominado "poema sin sentido" Jabberwocky. Con todo este material la historia se modifica sustancialmente, lo cual es todo un acierto por parte de Linda Woolverton, guionista del film. Sin embargo, toda adaptación, y más si se trata de un texto ciertamente extenso (o varios, como es el caso), conlleva una serie de problemas más o menos disculpables. Pero en este caso no lo son.
Vayamos por partes.

La película comienza con una Alicia de 19 años, una novedad interesante como ya veremos, condenada a llevar una vida convencional en una sociedad opresiva. Pero se trata de una joven diferente y por eso será la elegida para luchar en una guerra que es más suya que la propia.
Todo esto es nuevo para el espectador pero es interesante. ¿Qué sucede con Alicia cuando crece? Lo normal sería que, como Wendy, perdiese la inocencia y con ella la magia; afortunadamente no es así y es capaz de volver al mundo que la dejó marcada de una forma inconsciente,y recuperar parte de lo olvidado, ahora para siempre jamás.




Alicia recién llegada a un mundo que cree soñado.



Tenemos los elementos esenciales para rearmar la historia: el conejo blanco vestido de gala, pegado a un reloj de bolsillo, corriendo como alma que lleva el diablo con la consabida frase en los labios: "¡Llego tarde, llego tarde!", la madriguera que se convierte en surreal túnel, la sala con las puertas y los alimentos modificadores de talla. Es en este momento cuando la edad se convierte en un factor importante porque no es lo mismo que el vestido se le quede pequeño a una niña que a una joven mayor de edad. Antonio Jesús Navarro ("Fantasía y feminismo", en Dirigido por... nº 399 / Abril 2010) comenta este aspecto de la erotización, en cierto modo, del personaje. Y es que ahora vemos a una Alicia acosada por Stayne, el lugarteniente de la Reina Roja, y románticamente deseada por El sombrero loco. De ahí la importancia de que la actriz sea mayor de lo que se describe en los libros de Carroll. Los tiempos cambian, vaya que sí (no hay más que ver el cuidado que se pone en el vestuario excesiva e innecesariamente cambiante de la protagonista).

A partir de ese momento es cuando la historia empieza a tomar cuerpo (el prólogo resulta un tanto insustancial) y es cuando una servidora entra en un estado de saturación importante. Sucede que el espacio imaginado por Burton resulta demasiado barroco, recargado en exceso y, en ese marco, somos llevados a un ritmo vertiginoso de una situación a otra sin respiro y sin profundización alguna. Me explico: la impresión que tengo al ver la película es de un bonito y adornado envoltorio que recubre una caja vacía; pasamos de un personaje a otro con prisa, sin la menor intención de ahondar en el carácter de los mismos. Esto hubiera sido lo acertado y es por ello que la carencia más grande de que adolece el film es el guión. Un totum revolutum de pequeñas historias y personajes que podrían estar bien tramados, que podrían ofrecer un significado profundo para el espectador y que se queda en mera guerra buenos vs. malos.

Y ni siquiera consigue esta premisa porque podemos comprobar cómo la cabezona Reina Roja no es tan malvada como debiera y la Reina Blanca delega las maldades en otros, como si de un coloreado Poncio Pilatos se tratase. Porque si se trata de hacer una versión para adultos hagánla con todas sus consecuencias y si hay que mostrar la maldad dejen que se vea un ajusticiamiento o algo similar, ¿no creen? Las medias tintas no suelen funcionar y parece ser que así es en este caso.
¿Cuál es el problema? El problema es la ambición de querer llegar al mayor número de espectadores (niños, mayores, jóvenes palomiteros, seguidores burtonianos, excépticos del cine del tétrico cineasta - los cuales se habrán quedado a gusto, sin duda - ...) sacrificando lo que sea necesario con tal de hacer caja y aumentar números. La misma premisa que se esgrime al pretender exhibir en 3D una película hecha en 2D. ¿Era ésto necesario? Tratar de cabalgar la misma ola que James Cameron con Avatar (no puedo hablar de ella y creo que nunca lo haré) no es la mejor solución; no olvidemos que un espectador defraudado es un espectador perdido para futuras ocasiones.

Está claro que Tim Burton ha vendido su alma al diablo (¿Avril Lavigne?), ha vuelto a esos orígenes que tan poco apreciaba (sus inicios en Disney son interesantes y, probablemente, los causantes de que su cine haya discurrido por los derroteros por los que ha ido. Hasta hace bien poco) y el resultado no es satisfactorio (y miedo me da lo que puedan hacer con Frankenweenie).




Johnny Depp caraterizado como El sombrerero loco (¿un remedo de Madonna?).


Pese a todo, he de reconocer su buena mano a la hora de dirigir actores como los destacables Johnny Depp y Helena Bonham Carter, que logre integrar de forma bastante acertada animación y actores reales, aunque a Alicia a veces se la vea mirar hacia el infinito, y al escoger, una vez más, al genial Danny Elfman para recrear un mundo fantástico con su magnífica banda sonora. Pero, insisto, el desarrollo de personajes como El sombrerero se queda corto y creo que hubiera sido muy interesante analizar con mayor profundidad la alucinada personalidad de este ser del cual no sabemos nada. Limitar de semejante forma el siempre maravilloso trabajo de Depp es como tirar un millón de euros a la basura y ya que estamos por la labor de innovar y salirnos de las pautas popularmente establecidas seamos rebeldes de verdad y con todas las consecuencias (últimamente parece que sólo demande valentía. Será porque hace falta, y mucho, creánme señores).
Jabberwocky sí pero dramón sombreril también.
He dicho.

lunes, abril 19, 2010

CIUDAD DE VIDA Y MUERTE (NAIJING! NAIJING!, LU CHUAN, 2009)


Cartel de la película.


Primera decepción del año y, o mucho me equivoco, no será la última. Desde la primera vez que leí una mención hacia Ciudad de vida y muerte, la tercera película del cineasta chino Lu Chuan, tenía unas ganas tremendas de verla. Se decía que era polémica por el tema y por la manera de abordarlo (las guerras nunca son fáciles, ni siquiera cuando se trata de contarlas) y muy explícita con la violencia y, qué quieren que les diga, parece ser que me va la marcha, así que me he interesado por ella y por fin la he visto, en la sala 3 y rodeada de gente. Mucha espectación y un gran chasco. Ahora entenderán por qué. Pero antes de nada déjenme que cuelgue el consabido cartel.

Atención. Spoilers.


Lo que aquí se narra es la ocupación de la ciudad china de Nanking por parte de las tropas japonesas en el invierno de 1937. No se trata de un episodio demasiado conocido y siempre ha sido objeto de polémica entre ambos países, que no se ponen de acuerdo a la hora de cuantificar el número de víctimas de una masacre que no deja de serlo ya sean 3 o 300.000 los muertos. A simple vista parece que Lu Chuan lo tiene claro y su deseo es mostrar la crueldad de unos soldados que no reparan en gastos a la hora de cometer atrocidades. Para ello elige unos determinados personajes, algunos reales, algunos ficticios, y los sigue a lo largo de dos meses en la capital de la República de China con una fotografía en blanco y negro apabullante que le permite regalar al espectador con numerosos planos realmente hermosos y emotivos.


Se ha escrito mucho sobre las similitudes con ciertas películas como La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) o El pianista (Roman Polanski, 2002) y lo cierto - y la pena - es que así es. Para empezar nos encontramos con un reparto de personajes tipo realmente manidos. Tenemos al soldado bueno desde el principio, que siente horror ante las acciones de sus compañeros; el soldado malo que acaba por ablandarse ante la actitud del cobarde que decide ser valiente y morir por la causa; la mujer fuerte que no duda en ayudar a los demás aunque tenga que dar su vida a cambio; los foráneos que adoptan la causa como propia a sabiendas que nada puede pasarles debido a la inmunidad diplomática... Creo que no es necesario continuar.
Como digo, la trama es harto conocida pero también es cierto que nada nuevo puede esperarse ya de una guerra o de una invasión como la que aquí presenciamos. Sin embargo, tal vez el enfoque, de ser distinto, hubiera dado lugar a un film que dejase menos que desear. No por casualidad hay escenas que parecen calcadas de las películas antes mencionadas, como por ejemplo, el momento en que tiran a la hija del Sr. Tang por la ventana. Ante esto el espectador no puede menos que rememorar aquella escena de El pianista en que un hombre inválido era arrojado por la ventana, silla de ruedas incluida, ante la horrorizada mirada de sus familiares y vecinos.





Los habitantes de Nanking no pueden soportar la invasión y quieren salir de la ciudad ante la resistencia de las tropas japonesas.



Pero una vez nos hemos hecho a la idea de que no vamos a ver nada nuevo lo que sí podemos hacer es esperar una buena factura y un buen guión. Lo primero se cumple con creces. Como ya he comentado anteriormente, la calidad fotográfica es excelente, al igual que la mayor parte de la planificación y los movimientos de cámara. Son numerosas las ocasiones en las que Chuan nos pone en la piel de alguno de los personajes y, con ellos, corremos para socorrer o perseguir a alguien. Y eso siempre es de agradecer, aunque la finalidad última sea llevar al espectador a una emotividad que busca la lágrima fácil. Pero si al espectador le gusta sufrir (como es el caso), la pega tampoco es muy grande.

Y en cuanto al guión, a pesar de que no es demasiado original, la historia que se nos narra es interesante. Queremos saber qué sucede con los personajes (con unos más que con otros) y nos emocionamos antes hechos que se desarrollan ante nuestros ojos con crudeza; sin embargo, hay algo que molesta sobremanera y es el hecho de pretender darle a la película un tono épico del que carece y que no está justificado en modo alguno.Y parte de la culpa la tiene la banda sonora, totalmente desequilibrada y poco ajustada al tema y la época. Me explico con un ejemplo: estoy pensando en el momento posterior al ajusticiamiento de cientos de soldados chinos, cuando un soldado es encuadrado por la cámara, desde la espalda, mientras observa un campo plagado de cuerpos muertos y se escucha una música de tambores que se va haciendo más intensa según la cámara hace un travelling en altura con el fin de mostrar un campo más amplio y, con ello, la totalidad de la matanza. Pues bien, señores, esto no es Braveheart (Mel Gibson, 1995) ni nada que se le parezca, porque esto es lo que le viene a una a la cabeza en ese momento. Allí no ha habido ninguna lucha cuerpo a cuerpo, con o sin espadas, mostrando valentía u obediencia a los altos mandos sino un asesinato masivo, a traición y con saña. Es por ello que el tono de batalla que le da el cineasta chino está absolutamente injustificado y hace que la escena adquiera un tono surrealista que lastra la película a partir de ese momento.




Los soldados japoneses fusilan a sus homólogos chinos en uno de los momentos de la película.


Otro de los momentos molestos es el mismo final. Tras ser indultados por Kadokawa, el sargento bueno, un soldado chino y un niño que ha actuado de pequeño ayudante durante las escaramuzas en la ciudad escapan a paso lento (muy lento) de su oscuro destino y, mientras escuchan una detonación, la de la pistola del sargento que sabe (y afirma) que vivir así es peor que la muerte y prefiere quitarse de en medio, empiezan a recoger flores y a reir. Señores, no sé ustedes, pero lo que es a mí este final me molesta. Y me molesta porque después de todo lo que han vivido estas gentes no me puedo creer que hagan lo que hacen porque aunque salgan de la ciudad con vida no tienen motivos para mostrarse alegres ante el incierto futuro en un país tomado por los japoneses.
Por no hablar del momento musical con el que celebran la toma de Nanking. Esta escena es lo más absurdo que he visto en mucho tiempo en una película con ínfulas de realismo y crudeza. Como si de un videoclip se tratase, los soldados danzan al son de un tambor ejecutando un baile tradicional y ritual, avanazando por las calles con pasos similares a los que se ejecutan en una clase de tai-chi. No dudo que este tipo de celebraciones sean así, al igual que no me parece mal que se muestre, lo que no tolero es que Chuan le dedique tantos minutos a esta escena y que la ruede de la forma en que lo ha hecho. Es simplemente terrible.

Y bueno, como siempre doy una de cal y una de arena, y cuando toca hablar de la actuación no puedo si no quitarme el cráneo. Todos y cada uno de ellos hacen suyos unos personajes interpretados con realismo y credibilidad.
El gran descubrimiento es Liu Ye, un actor chino de bellísimo rostro que interpreta una de las mejores escenas de acción del film y, con mutismo absoluto, dice todo con la mirada, dando cuerpo a uno de los personajes que más me han gustado, si no el que más.
Hideo Naikazumi interpreta al protagonista, ese sargento bondadoso caracterizado por una dualidad que no deja de ser extraña porque tan pronto se muestra indeciso y embobado ante las situaciones que vive como ha de detentar un carácter fuerte que se corresponda con su rango. Éste es el personaje que tanto ha molestado al pueblo chino, algo totalmente comprensible, porque de meterse en camisas de once varas y denunciar un hecho que siempre se ha tratado con precaución diplomática es mejor no edulcorar la historia y atreverse a dar la cara ante un posible enfrentamiento de opinión. Y Lu Chuan no se atreve. Es por ello que quiere hacer ver que hubo gente que no era tan cruel pero en este caso no nos sirve y, como sucede con la fotografía, la postura debería ser en blanco o en negro porque eso es lo que demanda la historia y en este caso las medias tintas no sirven.

En Blog de cine se dice que el cineasta no se posiciona y que nos muestra los hechos tal y como sucedieron, sin juzgar ni a unos ni a otros. Yo creo que sí se decanta y lo hace de la forma menos afortunada, redimiendo a todos y cada uno de los personajes, como, por ejemplo, el ayudante del enviado nazi, Mr. Tang, que pasa de ser un cobarde a un héroe, dando una lección al terrorífico alto cargo japonés que ya no nos parece tan malo. Y no creo que que sea la manera de mostrar un tema como el aquí relatado porque la crudeza y el horror quedan diluidos y la fuerza pretendida se pierde en un quiero y no puedo.

Me gusta que las películas ofrezcan una forma bella, un envoltorio atractivo que nos seduzca, pero cuando lo que falla es el fondo no hay nada que hacer. Y Ciudad de vida y muerte falla.



jueves, abril 15, 2010

FOREVER KING OF POP

Nueva colaboración con el blog de danza dMoove, en esta ocasión hablando del espectáculo Forever King of Pop.

Que no pare la música.

EL EVANGELIO SEGÚN PASOLINI

Pues sí, hoy me siento muy orgullosa de mis años de investigación, de mi trabajo en definitiva. La sorpresa ha sido mayúscula cuando he comprobado - totalmtente alucinada, eso sí - que Antonio Piñero ha citado un artículo que publiqué hace unos años en su libro La verdadera historia de la Pasión. Según la investigación y el estudio histórico (2008).

Así es, en la página 253 se hace mención a El evangelio según Pasolini: una aproximación al texto, publicado en Latente. Revista de Historia y Estética del Audiovisual, nº 4, Universidad de La Laguna, 2006.

Aquí lo enlazo, por si queréis echarle un vistazo. Por mi parte, estoy que no quepo en mí de gozo.

La verdadera historia de la Pasión

martes, marzo 16, 2010

AND THE WINNER IS

El sargento Thompson (Guy Pearce) salta por los aires tras un error fatal.


He vuelto con fuerza y con ganas de guerra. Y nunca mejor dicho porque la protagonista de esta reseña es la triunfadora en la pasada gala de los Oscar 2010, The hurt locker (Kathryn Bigelow, 2008).

Lo primero de todo es darle el reconocimiento que se merece por derrotar contra todo pronóstico a la megaproducción de James Cameron, Avatar (2009) - dejemos el morbo y el cotilleo de lado, por favor. No puedo establecer comparaciones puesto que me resisto, pese a todo, a visionar cualquier cosa que tenga que ver con Pandora, pero me alegro en cualquier caso de que Bigelow haya sido la primera mujer en recibir un Oscar a la mejor dirección y con una película que, a simple vista, parece polémica. Sin embargo, no lo es. Y puede que éste sea su peor fallo.

Aviso de spoilers.


Pero empecemos por el principio y seamos justos. The hurt locker nos habla de un determinado grupo de soldados, la compañía Bravo, que se dedica a desactivar bombas en Iraq. Desde el primer momento se nos informa de que no les quedan muchos días para finalizar su misión, sin embargo las cosas cambian cuando un ¿error? provoca la muerte del sargento Matt Thompson (Guy Pearce). Es en ese momento cuando llega el sargento James, una especie de loco temerario que no parece asustarse ante nada pero que, sin embargo, actúa bajo patrones bastante lógicos, como cuando afirma ante una bomba de enorme potencial destructivo que el traje protector sólo le sirve para trabajar incómodo porque si estalla morirá de todos modos. Pero sus compañeros, el sargento Sanborn y el especialista Eldridge, no lo ven así. Y éste es uno de los hilos argumentales de la historia: ¿hasta qué punto deben obedecerse las órdenes de un superior cuando éste rechaza cualquier tipo de norma?

Así, asistimos a un tira y afloja entre James y Sanborn (Eldridge pasa prácticamente de todo, que bastante tiene con lo suyo) que no deja de lado la camaradería: James demuestra que es un gran tipo, un poco loco, sí, pero que sabe cuidar de los suyos a su manera.

Con esta historia, y éste es otro de los hilos argumentales, Bigelow nos muestra cómo la acción y el peligro pueden dar lugar a una adicción a la adrenalina, tan potente como cualquier droga. El sargento es la prueba de ello y el espectador comprueba cómo no duda en sacrificar el resto de su vida por poner a salvo la de otros, sean compatriotas o no.

Y es aquí donde hallo el punto débil de la película que, por otro lado, está bien realizada, de forma casi documental, con cámara al hombro trepidante, iluminación natural y efectos especiales muy reales. Porque lo fácil es mostrar a los norteamericanos en Iraq cual elefantes en una cacharrería, siendo juzgados por los habitantes de un país que asisten a la desactivación de las bombas con las cejas enarcadas, que se comportan como héroes que tratan de salvar el mayor número de vidas posible y que no dudan en morir si la misión lo requiere. Lo cómodo es ser complaciente con los tuyos, mimarles con ternura, y tratarles como una madre que presume de hijos ante las vecinas. "Pues mi hijo desactiva bombas en un país lejano, para que luego digan que si invasión, que si tal, que si cual".

Pues no, Mrs. Bigelow, lo suyo hubiera sido ganar un Oscar con un film políticamente incorrecto, con el que se metiera el dedo en la llaga de los EE. UU. mostrando la barbarie en un país destrozado, humillado y dejado a su suerte, por muchas bombas que se desactiven, que eso no lo pongo en duda. De haberlo hecho así, el mérito sería enorme y la película quedaría en el imaginario colectivo, cosa que no sucederá porque, como me pasa a mí misma, estas imágenes se olvidan pronto pese a la crudeza de alguna de ellas.

Pero hay más cosas que me molestan, como por ejemplo las secuencias interminables (el momento en que abaten al especialista y, hasta que lo rescatan, se me hizo eterno; o las escenas en las que se muestra la humanidad de James que, aunque necesarias para entender el complejo carácter del protagonista, se antojan ñoñas y excesivas) o esos cameos innecesarios ya que tanto Guy Pearce como Ralph Fiennes mueren a la primera de cambio (por no hablar de Evangeline Lilly que no sé muy bien qué pinta en esta película). Nunca he entendido esta forma de actuar que no deja de ser un truco barato para conseguir el favor del público (y con esto me refiero a lo cameos de milésimas de segundo).



El trasero de Ralph Fiennes que es, básicamente, todo lo que nos muestra en la película.


Pese a todo ello (no entiendo la mecánica de los Oscar, señores, qué se le va a hacer) he de reconocer que la película me entretuvo (aunque le falte tensión), y que si algo disfruté en la butaca fue gracias al trabajo de los actores. El mérito es de gente como Anthony Mackie, Brian Geraghty y, muy especialmente, Jeremy Renner, al que ya conocíamos por su excelente trabajo en En tierra de hombres (Niki Caro, 2005).



El sargento James (Jeremy Renner) haciendo de las suyas.


Una película más de guerra, desde otro punto de vista si quieren, esa es la conclusión a estos pensamientos. Lo único que la hace distinta es que sus artífices han recogido varios Oscar. Qué se le va a hacer.


domingo, marzo 14, 2010

CUANTOS COMO ELLOS...




Una foto para dejar constancia del agravio de nacer en una clase de segunda. Una foto como souvenir para aquellos que no se lo quieran creer.


Con motivo del fallecimiento de uno de los nuestros, uno de los grandes, Miguel Delibes, se emitió una de las 10 adaptaciones que de su obra se han hecho, y una de las mejores películas del cine español de todos los tiempos. Los santos inocentes, realizada por Mario Camus en 1984, es tan especial que es pensar en ella y comenzar a experimentar muchas emociones. Así que me dispuse a verla por tercera o cuarta vez (y las que quedan).

No he leído el libro (supongo que lo haré en algún momento), así que no puedo saber si la adaptación es correcta pero me fío de la palabra del maestro que dio el visto bueno a la película e, incluso (y según contaba Alfredo Landa en Versión Española, durante el coloquio de un día de 2006), a los actores que encarnan los tipos que recrea en su libro. Una novela rural, de costumbres, característica que el autor pucelano hizo propia a lo largo de su obra, con unos personajes muy definidos y contrapuestos, marcando la diferencia de caracteres que nos podemos encontrar a lo largo de la vida, creando un pequeño universo perdido de la mano de Dios.

Sin embargo, al principio de la película se nos hace partícipes de la localización de la historia. Ésta se desarrolla en Zafra, como bien vemos en el cartelón de la estación, desde la que, como si de un homenaje hacia la entrada del tren en la estación de la Ciotat de los Hermanos Lumière se tratase, vemos llegar el tren que ha de traer de vuelta a Quirce, el primero que nos muestra su visión de los hechos. Porque la historia, lejos de ser lineal y simple, está estructurada a través de una serie de flash backs según los recuerdos de cada uno de los miembros de la familia de Paco el bajo. Bueno, todos no, porque lo que Régula piensa no lo vemos, quizás porque sus miradas y silencios sean demasiado evidentes en todo momento. No lo sé, pero siempre me he preguntado el porqué. Quirce y Nieves son los hijos, junto con la niña chica, que huyen del cortijo en cuanto pueden, y no se lo podemos reprochar en ningún momento, aunque sí las actitudes hacia sus padres. Cada vez que veo cómo el chico se marcha de nuevo sin despedirse de su padre, tal vez para no regresar nunca, me hierve la sangre en las venas. No lo puedo comprender pero su carácter es así. Nieves es igual de callada pero parece ser más cumplidora con sus progenitores; sin embargo también prefiere cambiar de aires y marcharse a la ciudad en busca de una vida mejor. La pregunta que siempre me viene a la mente es si reniegan de sus padres, si se avergüenzan de todo lo que han pasado y habrán de pasar.

Paco el bajo. Landa definía su actitud y la del resto de la familia (Régula y Azarías) como amor, el más puro de todos. Y sólo así ésta es comprensible, sólo así podemos entender que no reaccione ante todos los desplantes que recibe del señorito Ivancito, desagradecido donde los haya. Habrá de ser Azarías, con su "miaja inocencia" el que haga justicia al fin, lo que todos deseamos suceda desde el inicio del film. Tanta miseria consentida, tanta desgracia junta, tanta tristeza engarzada en las miradas no es comprensible para aquel que sigue la historia de esta familia desde el sofá de su casa.




Azarías, el mayor de los inocentes, el mayor de los valientes.



Creo que la historia es harto conocida por los lectores que aquí se asoman por lo que no quisiera contar nada más, evitando colgar el habitual cartel de spoilers. Decir que se trata de una confrontación entre clases sociales donde los poderosos ejercen su mando con tiranía y los desafortunados acatan sin límites. Sólo comentar un par de datos, entre los que quiero destacar la labor actoral. Ayer pensaba en cómo un actor puede estar sublime en una película y en otras no destacar tanto y llegué a la conclusión de que esto depende de muchos factores pero el más importante es, sin duda alguna, el director. Mario Camus hace una excelente labor de dirección de actores en la película y ellos responden con maestría, regalándonos interpretaciones inolvidables. Paco Rabal, Alfredo Landa, Terele Pávez (¡qué porte, señores!), Juan Diego, Agustín González (cómo le echo de menos...), Mary Carrillo... Todos hacen de sus papeles pura verdad logrando extraer exclamaciones de rabia mal contenida en quien estas líneas escribe. Es tan bueno su trabajo que consigue que nos alteremos ante las injusticias y atropellos que se cometen contra los pobres desheredados de la tierra. Al visualizar el título de Fin sólo cabe alzarse del asiento y aplaudir. ¡Bravo!

Y qué decir de la fotografía maravillosa, como siempre, de Hans Burman. Son esas luces y sombras, esos amaneceres cubiertos de niebla, esas carreras alegres en los juegos de Azarías las que ofrecen el contexto necesario a la hora de imaginar a los personajes que pueblan el cortijo y sus alrededores, hasta llegar a La raya, lugar maldito donde se aparta a aquellos que no se quiere cerca más que para ordenarles hasta llegar al absurdo, a lo irracional de un hombre que se sabe superior por no sé cual ley natural.

La película es magistral, sin duda alguna. También sé que la materia prima lo era ya. Y hoy ya no contamos con su autor. Descanse en paz, Miguel Delibes.

sábado, marzo 13, 2010

ALL BY MYSELF


Cartel de la película.

Hace algunos meses me hablaron de una nueva adaptación de una novela de prestigio, La carretera, escrita por el Pulitzer Cormac Mccarthy en 2006. Por las explicaciones que me dieron (no había leído el libro) me pareció que tenía un argumento interesante y me gustó el hecho de que fuese una historia pequeña (en el buen sentido de la palabra) protagonizada por Viggo Mortensen. Y ahí quedó la cosa.
Pasó el tiempo y estrenaron la película realizada por John Hillcoat (2009) y yo seguía sin haberme leído el libro. Y decidí que no la vería hasta que no lo hiciera. Por primera vez en mi historia este factor de desconocimiento del material previo me parecía una ofensa para la obra y para mí misma, así que me compré el libro (no podía esperar a verlo en un estante de la biblioteca cuando sabía que el best seller sería devorado una y otra vez por ávidos lectores) y, feliz por comprobar su escaso número de hojas, me dispuse a leerlo con ganas.
Y me alegro de haberlo hecho por dos motivos, principalmente: el primero, porque disfruté con su prosa, mucho, y me emocioné, más aún, con la historia (ya no es tan pequeña, ahora es inmensa); el segundo, porque ahora puedo juzgar la película con más autoridad, si es que se puede considerar que tengo tal.
McCarthy ideó una distopía trágica y profunda al narrar el fin del mundo y la lucha de algunos supervivientes que no cejan en su empeño de aferrarse a la vida por muy dura que ésta sea. El trabajo del escritor norteamericano es brillante a la hora de describir la terrible situación de un padre y su hijo perdidos de la mano de Dios en un mundo gris y ceniciento, donde el ser humano ha sido despojado de la poca humanidad que le quedaba, donde los instintos de supervivencia han borrado todo atisbo de racionalidad, donde los padres son caníbales para los suyos, donde el mundo se derrumba al paso de los pocos que resisten. La visualización de lo que en la novela se narra resulta realmente fácil para el lector (por lo menos en mi caso así fue) y, a pesar de que el padre ya tenía el rostro de Viggo Mortensen, pude recrear en mi mente todas y cada una de las situaciones que allí se narran.
Pues bien, tras haber quedado satisfecha con la lectura, comprenderán ustedes que las ganas de ver la película eran poderosas en ese momento. Así que me dispuse a acudir al cine a horas intempestivas con el fin de no ser perturbada por nada ni nadie, me acomodé en la butaca elegida y me dispuse a disfrutar. Y ya lo creo que así fue.




Lo que un padre está dispuesto a hacer por un hijo (Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee).

Lo primero que quiero destacar es la maravillosa fotografía. Javier Aguirresarobe, orgullo del cine patrio, hace un trabajo excelente a la hora de ilustrar una tierra apocalíptica. Los tonos ceniza que consigue con su pericia de artesano curtido a base de buen hacer casan a la perfección con aquellas imágenes mentales. La puesta en escena es realmente creíble, al igual que la caracterización de los actores, y la desolación hace acto de presencia desde el primer fotograma, logrando que el espectador se encoja un poco en su asiento.

La adaptación del texto (labor efectuada por Joe Penhall) consigue que lo que se encoja por momentos sea el corazón. La fidelidad es mucha (la historia sigue una linealidad clara a partir de los sucesos en el tiempo, siendo interrumpida por determinados sueños del padre a modo de flash backs, útiles a la hora de situar al espectador, de igual manera que sucede en la novela) a pesar de algún pasaje que en el libro está menos dibujado y que considero innecesario por su buscado efecto lacrimógeno (y porque sino Charlize Theron iba a cobrar por nada en absoluto). Y no hay nada que objetar más allá de que el inicio de la película se antoja apresurado. Pero entiendo la intención del director puesto que en la novela se suceden pasajes iguales (algo correcto y perfectamente comprensible puesto que en ese mundo todos los días lo son) y el peligro de aburrir al espectador era obvio (aunque a mí me hubiese gustado. Ya saben que soy de las que disfruta viendo crecer la hierba).

Michael K. Williams es uno de los malos a su pesar.

El trabajo actoral también es reseñable. Viggo Mortensen parece haber nacido para meterse en papeles difíciles, personajes de caracteres rudos y violentos (cuando han de serlo), ariscos pero honestos y leales, y aquí no hace una excepción. Su encarnación como padre protector de los suyos, sobrepuesto (a la fuerza) a la tragedia de no saber retener a la mujer que ama porque las cosas vienen mal dadas y ha de ser fuerte para acompañar a su hijo hacia el lugar que considera mejor para salir adelante. Un hombre íntegro, que ha de "llevar el fuego" hasta el final.
Y un hijo, interpretado por Kodi Smit-McPhee, que no se queda atrás y que aprende a luchar por su vida (a la fuerza pero así es). El pequeño le da la réplica a Mortensen con soltura y no se arreda ante un Robert Duvall prácticamente irreconocible y que da vida (es un decir) a uno de los personajes que se encuentran a lo largo de su tormentoso periplo hacia el sur. Él es Eli, el único personaje que tiene un (significativo) nombre.

La historia que se nos cuenta, en el libro y en la película, es desmoralizante a ratos (digamos que se trata de un experimento para comprobar como reaccionaría nuestra sociedad ante una situación extrema y el resultado, además de previsible, no es nada halagüeño) pero también reconfortante porque pone de manifiesto que hay lazos que jamás se rompen.
Una película recomendable, sin duda, pero no dejen de leer. Antes o después. Lo mismo da.

A modo de posdata les indico, queridos lectores, que si lo desean pueden hacer sus aportaciones en forma de comentarios acerca de películas como Precious, Celda 211, An education, La mujer sin piano, The lovely bones... ya que no creo que haga reseña de las mismas por falta de tiempo-fuerzas-ganas, como quieran llamarlo. Sin embargo, sepan que entraré gustosamente al trapo, lo saben de buen píxel, si me consideran candidata para sus debates. Mañana más.

lunes, febrero 08, 2010

UP IN THE AIR (JASON REITMAN, 2009)




Nueva reseña publicada en Plataforma21, esta vez dando caña al bueno de Jason Reitman.

http://www.plataforma21.com/02_cine/01.en_pantalla/up_in_the_air.htm


Sigo en ello.


lunes, enero 25, 2010

CON ALMA DE CIENTÍFICO


Una muestra del respeto (¿tal vez miedo?) de los hijos para con sus padres.


Michael Haneke tiene la virtud de conocer al ser humano, de poder ahondar en sus más escondidos misterios, de llegar a las profundidades de su alma, y mostrarlo tal y como es. Máscaras fuera.

¿De qué se trata en esta ocasión? Después de la estupenda Caché (ya reseñada en este blog) - sin considerar el remake yanqui de Funny Games (2007) -, el cineasta alemán vuelve a la carga con una historia pequeña, ambientada en la Alemania previa a la I Guerra Mundial, y con una minúscula población como protagonista.

Aviso: SPOILERS

Con la paciencia necesaria y con un dominio preciosista de la narración, nos va introduciendo en la sociedad cruel e inflexible en la que viven los habitantes de este pueblo maldito. Una estricta moralidad judeocristiana impregna la vida en todas sus facetas y los dirigentes se rigen por la normas de lo virtuoso y lo correcto a los ojos de Dios (dirigentes entre los que excluyo al maestro, testigo de excepción y narrador en off de la historia, por no hacer una radical interpretación de dichas normas).

Cuando la respresión es desmedida, cuando las gentes actúan de determinada forma sólo por miedo a las consecuencias, cuando no se puede protestar ante un cacique inflexible, un pastor tirano y cruel o un maestro pusilánime, es entonces, tras mucho aguantar, cuando la rebelión estalla y del modo menos esperado.
Se suceden "accidentes" entre las gentes del pueblo: cables en medio del camino y palizas terribles que nos ponen en la pista de quiénes son los responsables. Lo mejor de todo es que Haneke consigue que no se lo tengamos en cuenta, aunque sea algo totalmente deleznable, porque sabemos que los verdaderos culpables de que todo ello suceda son otros, con sus reglas y su virtud mal entendida. Así es, podemos ponernos en la piel de los salvajes, aquellos que todavía no están capacitados para ofrecer una respuesta racional ante el sufrimiento. Y ahí radica la maestría del cineasta, que no permite que emitamos un juicio sin haber escuchado a todos los testigos. Y que se limita a mostrar realidades extremas, sí, pero posibles al fin y al cabo.


Uno de los portadores de la humillante cinta blanca.


Salimos de la sala 2 sin respuestas pero con muchos interrogantes que resultan saludables para nuestra mente. En mi caso no me importa que queden cosas sin resolver, eso es lo de menos. Lo verdaderamente importante es la disección del ser humano a la que asistimos como espectadores privilegiados, a través de unas imágenes que rezuman belleza y poesía (me pareció magnífica la escena de la campesina muerta, con un encuadre perfecto, una imagen que no encuentro en ninguna parte).

Ese blanco y negro que tanto ha llamado la atención entre la crítica, especializada o no, da lugar a la muestra de nevados paisajes hermosísimos y a una veracidad buscada. Haneke afirma haber rodado así porque le apetecía y porque de esa época sólo tenemos testimonios sin colorear. Es más, se sabe que el casting estuvo marcado por la búsqueda de actores que tuviesen cara de principios de siglo XX (no hay más que ver a Christian Friedel caracterizado como el maestro de escuela para darse cuenta de ello). He de decir que, además de parecer transportados por la máquina del tiempo, todos ellos, niños incluidos, hacen una labor estupenda.


Ni siquiera con actos bondadosos el reverendo se muestra cariñoso con sus vástagos.


Una vez más asistimos con horror a la presentación de una violencia que apenas se ve pero que se siente como si fuésemos los propios agredidos. Se podría decir que es la firma de autoría de un director que se complace en mostrar con contundencia una sociedad que en este caso se ve envuelta en los inicios de una guerra, un dato que no me parece excesivamente relevante, ya que lo que aquí sucede se podría inscribir en muchos otros marcos, históricos o no, porque, no lo olvidemos, Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (Plauto), aunque en este caso el problema es que todos nos conocemos bien.

Y aprovechando que también he visto en estos días El manantial de la doncella (Ingmar Bergman, 1960), me gustaría hacer un comentario acerca de la similitud entre ambos films puesto que mi mente se ha puesto a funcionar y halla parecidos más que razonables. Si la estética es muy semejante, las claves del argumento parecen aproximarse igualmente. Veamos: dos comunidades pequeñas y enclavadas en el ámbito rural se ven trastornadas por unos terribles sucesos que ponen en entredicho sus creencias religiosas. La brutalidad y la crueldad marcan el devenir de los hechos, por los cuales siempre acaban pagando los que menos culpa tienen, y las reacciones posteriores. Sin embargo, mientras Bergman continúa en su línea de culpar a Dios (o más bien a aquellos que creen en Él, ya que el cineasta siempre se preguntó acerca de su existencia), Haneke se queda en lo puramente terrenal y, aunque sabe que las reglas comunitarias están marcadas por la ley divina, propone la mala interpretación o el llevarlo todo al extremo como la causa más probable.
Dos visiones particulares de la naturaleza humana y de los porqués de su actuación. Ambas válidas y con resultados estupendos.
No me voy a extender en un análisis profundo de El manatial... pero se la recomiendo enfervorecidamente, como todo aquello que lleve el sello de Bergman. Como todo aquello que lleve el de Haneke. Disfruten.

jueves, enero 21, 2010

ME GUSTARÍA SABERLO...

Carol y The Bull proclaman a Max como rey de los monstruos en las ilustraciones de Sendak.


En 1963 Maurice Sendak publicó Donde viven los monstruos (Where the wild things are), uno de los cuentos infantiles más estimados en la literatura contemporánea. Con escasamente 40 páginas y unas magníficas ilustraciones propias, el autor consiguió crear un mundo onírico en donde los niños malos pueden rebelarse a placer y hacer de las suyas rodeados de sus nuevos amigos: los monstruos.

Spike Jonze tenía interés en adaptar el pequeño cuento a la pantalla cinematográfica y lo ha conseguido. Y de qué manera.
Jonze es conocido por crear películas alucinantes y alucinadas en la línea de Cómo ser John Malkovich - ¡Malkovich, Malkovich! - (Being John Malkovich, 1999), película que muestra un universo muy peculiar creado para lo ocasión por Charlie Kaufman.
En este caso, Jonze se ha valido de la ayuda del propio Sendak y de la de Dave Eggers para crear un guión inspirado en el libro y desarrollado con maestría. El cineasta utiliza el texto como punto de partida para crear una historia repleta de valores morales y con una enseñanza clara: aunque las cosas no sean como uno quiere hay mejores maneras de llegar a un entendimiento sin tener que pisar el peligroso terreno de lo irracional.

Max es un niño triste, que se siente menospreciado por su familia rota. Su madre no le presta toda la atención que debiera y su hermana está en esa edad en que los hermanos pequeños sólo molestan. El pequeño se rebela de la forma más imprevisible y, dando rienda suelta a su imaginación, se refugia en aquel lugar donde viven los monstruos, que ellos sabrán comprenderle mejor. Pero estos monstruos también tienen problemas y, al igual que Max, no siempre se sienten bien. Cuando el recién coronado rey se dé cuenta de que las cosas no son tan sencillas, de que a veces su comportamiento no es el adecuado, estará preparado para afrontar su vida con otra mirada.

Para dar forma a este mundo imaginario, Jonze se ha basado en las ilustraciones de Sendak y ha creado unos monstruos maravillosos, con caracteres prototípicos que no son sino la visualización del complejo carácter del protagonista. Para ello se han utilizado dos técnicas, la de la animación a través de actores que se meten en la piel peluda de los personajes, y la de la animación digital, con el fin de dotar a sus rostros de expresiones complejas. Las voces corren a cargo de gente como James Gandolfini (Carol) o Paul Dano (Alexander).
Para interpretar el papel de Max se escogió a un chico que demuestra una gran madurez a la hora de interpretar un papel que resulta complejo. Max Records debuta con un gran trabajo en todo momento, volviéndose loco cuando ha de hacerlo (qué grandes momentos salvajes) y dando cuerpo a una reflexión dura para un niño.


Max y sus nuevos amigos miran la puesta de sol desde su recién construido hogar.

Uno de los elementos más impresionantes de la película, y que ayuda a crear la sensación de lugar mágico, es la fotografía de Lance Acord. La imagen previa sirve como muestra para comprobar cómo juega con la luz natural para crear escenas impactantes y realmente hermosas. Con las caminatas por el desierto, con ese perro que parece extraído de La historia interminable (Die unendliche Geschichte, Wolfgang Petersen, 1984), las carreras por el bosque o la navegación en el pequeño bote se han conseguido imágenes magníficas.
Son destacables también momentos en los que Max Records es absoluto protagonista de los planos, unos planos que conjugan esa luz cálida con la candidez de su rostro, con un resultado que más parece una oda al pequeño actor que una película de monstruos.


Max Records, vestido de monstruito, juega con Spike Jonze.


Y si todo esto lo acompañamos con una BSO de lujo, interpretada por Karen O and the Kids, para qué queremos más.

No se trata de una película de niños, es más, visto lo visto, ni siquiera creo que le guste a los más pequeños. Pero los mayores disfrutamos horrores con ella, nos emocionamos mucho y, en ocasiones, dejamos escapar una pequeña lágrima. Son directores como Jonze o el también creativo Gondry los que lo logran. Y nosotros nos dejamos hacer porque también queremos ser monstruos, aunque sólo sea por unos minutos.


miércoles, enero 13, 2010

EN OTRA OCASIÓN...

Cartel de la película.


Aquí os dejo la reseña de Capitalismo: una historia de amor (Michael Moore, 2009). Algunos ya sabéis lo que esto significa. Otra vez será.

Cuando la fórmula funciona no parece necesario modificar nada. Michael Moore lo sabe y con un simple cambio de guión, yendo de lo particular a lo general - desde el cierre en Flint de la planta de General Motors mostrado en Roger and me (1989) hasta la película que nos ocupa -, nos ofrece un nuevo documental, ahora tratando de meter el dedo en el ojo de aquellos que gobiernan el sistema económico de los EE. UU.

Más de lo mismo encerrado en un formato idéntico, con esa voz en off que interpela al espectador aguardando que éste se una a sus filas de rebeldes con causa, un montaje ingenioso de imágenes de archivo, entrevistas oportunas, asaltos a mano cuasi armada y una banda sonora seleccionada con acierto. Con algún toque de ironía, ciertos momentos que rozan el ridículo (sus intervenciones no pasan de ello) y, sobre todo, mucho dramatismo que pretende enrojecer los ojos del espectador, Moore trata de analizar lo que él considera la madre de todos los males de la sociedad estadounidense. Sin embargo, parece que la lucha (y su presencia en pantalla) se va difuminando con el paso del tiempo y aquel que anteriormente se apostaba inflexible frente a las puertas de Wal - Mart (Bowling for Columbine, 2002) hoy ya no es capaz más que de delimitar la escena del "crimen" con una cinta policial.


Michael Moore haciendo de las suyas.


Moore, autodesignado como ruidosa conciencia social, es consciente de que provoca tantas simpatías como odios pero no por ello ceja en su empeño de mostrar al mundo realidades denunciables que quizá se queden en una mera crítica cuando está claro que el espectador se merece un análisis mucho más profundo. Sin embargo, si el ánimo lo permite, ese barniz crítico que se da a la actual situación económica puede provocar una profunda reflexión por parte del espectador, algo a lo que apela el cineasta que no gusta de un público pasivo. Tal vez parezca demasiado simplista por su parte, tal vez sea un hilo del que seguir tirando pero, aunque una salga de la sala pensando que tampoco ha visto nada nuevo, las más de dos horas se pasan volando gracias al ingenio del irónico cineasta bien arropado por un eficiente equipo de documentalistas y montadores.

Pura alabanza hacia Obama, presunta reencarnación de Roosevelt y nuevo "mesías"; entretenimiento y provocación a partes iguales en una receta que sigue siendo provechosa pero que no acaba de convencer.


Un último apunte: atención al cartel del film. No consigo saber quién es el autor pero supongo que será el mismo que hizo el diseño para In the loop (Armando Iannucci, 2009) y Burn after reading (Ethan y Joel Coen, 2008). Nuevos diseños para nuevos tiempos.

viernes, enero 08, 2010

NUNCA ES DEMASIADO TARDE

Cartel de la película.

Nunca es demasiado tarde para una reconciliación con el cine argentino.
Gracias a películas como El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) no resulta difícil dejar de lado juicios preconcebidos y olvidar por un momento por qué había dejado de ver este tipo de cine, y digo tipo, porque para mí se había convertido en un subgénero empalagoso y reiterativo que me quitaba las ganas de ver cualquier cosa que se asimilase a nombres como Héctor Alterio, por poner un ejemplo claro como el agua.
Lo cierto es que las críticas leídas y escuchadas me daban ánimos para acercarme a la sala 9 (dos veces en una semana parece mucho, pero así es) y de esta manera hice. Y no me he arrepentido (nunca lo hago), vaya que no.
Empecemos por la parte técnica, lo más evidente siempre y que en mi caso, ha de atraparme con fuerza, en caso contrario la mente empieza a vagar por entre las butacas y el propósito del film no se lleva a cabo. La fotografía es magnífica, con saturaciones de colorido y una planificación de planos y contraplanos, en ocasiones realmente trabajados, que hacen que el visionado sea un placer para la vista. Movimientos muy estudiados también, como el increíble plano secuencia del campo de fútbol, escena trepidante que anima un ritmo próximo al más puro film noir.

Plano secuencia en el campo de fútbol. Tremendo.


El oído también se siente regalado por la estupenda banda sonora de Federico Jusid, muy ajustada a la temática, envolvente cuando la historia lo requiere y ausente cuando no es necesaria.
Los actores, qué decir de unos actores que hacen suyos los personajes desde el primer minuto de la película. Y no sería justo destacar a Ricardo Darín, a pesar de merecer todos los halagos, cuando el plantel al completo rezuma verdad. La complicidad entre el propio Darín, Villamil y Francella (qué grandes las salidas de Sandoval. Las risas se sucedían entre los espectadores, y con razón) logran que el espectador salte sin red y se zambulla en una historia hilada con precisión. Pero este apunte ya entraría dentro de otro apartado y no quiero cerrar las alusiones al trabajo actoral sin mencionar a Javier Godino, aborrecible asesino que llegó a provocar la náusea en la que esto escribe. Gran estreno para el joven actor madrileño que pronto pasará de las series televisivas a ser reclamado para la gran pantalla. Al tiempo.


Isidoro Gómez (Javier Godino) haciendo pasar miedo a los protagonistas.


Nunca es demasiado tarde.
Éste podría ser el lema que resume la película y que se repite en varios momentos. Una historia marcada por la resolución a tiempo de conflictos personales de toda índole, desde los particulares hasta los amorosos, pasando por odios y redenciones personales. Espósito es capaz de volver su azul mirada hacia el pasado y retomar una historia irresuelta de sus tiempos en el Juzgado Penal. Sus inicios como escritor prometen tras la jubilación. Irene se enfrenta a un amor que no pudo ser por miedo, por no saber reaccionar a tiempo. Afortunadamente, y a pesar del tiempo pasado, donde hubo fuego quedan rescoldos, y la historia puede resolverse con un final feliz. Morales logra saldar una deuda a su manera, pudiendo quedar en paz si es que se puede tras haber perdido al amor de su vida. Y Sandoval se redime de sus pecados dándolo todo por el único amigo que es capaz de respetarle.
Amor, crímenes y venganzas en un mundo jurídico al que se quita hierro con mucho humor, inmerso en los cambios de la Argentina de finales de los años 70.

Irene (Soledad Villamil) y Benjamín (Ricardo Darín). Porque nunca es demasiado tarde.

Un juego de historias enlazadas gracias al buen hacer de Campanella que, jugando con el recurso del flashback, es capaz de llevar a cabo una de las mejores adaptaciones cinematográficas vistas por mí a partir de la obra de Eduardo Sacheri (La pregunta de sus ojos, 2005). La labor del cineasta argentino es tan buena que, elaborando un guión junto con el propio Sacheri, es capaz de que el espectador perciba una obra que es leída en imágenes. Tal vez no sepa cómo explicarme ante una sensación que no había tenido previamente en lo que a visionado de películas se refiere, pero el hecho es que fue así. Y tras volver a ver un destrozo como es Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006), la comparación, siempre odiosa, hace que no pueda sino ensalzar El secreto de sus ojos. Porque para mí sucede lo mismo. Nunca es demasiado tarde.