lunes, agosto 06, 2012

REFLEXIONES: LA CABINA (ANTONIO MERCERO, 1972)






A veces merece la pena volver a ver una película (ya sé lo que me van a decir, que si muchas veces. Lo sé y no me lo tengan en cuenta. Se trata de una introducción con alguna que otra licencia poética). Y si la obra en cuestión es La cabina dirigida en 1972 por Antonio Mercero, no cabe la menor duda de que así es.

Creo que la primera vez que vi esta película fue hace media vida. Literal. Año arriba, año abajo, no recuerdo la fecha exacta, lo cual no tiene la menor importancia, pero lo que sí recuerdo fue el impacto que produjo en mí, despreocupada adolescente. La idea de quedarme encerrada en un espacio tan reducido, la extraña cabina telefónica que titula el mediometraje, me pareció aterradora. A ello contribuyó la impecable interpretación de José Luis López Vázquez (caballero, le empiezo a echar de menos tanto como a Agustín González). Ese pobre hombre que, como la canción, pasaba por ahí, mostraba tal desesperación primero, puro horror después, que contagiaba uno y otro sentimientos con facilidad. Y ahí quedó la cosa.

Pero los años pasan, todo cambia, una se va haciendo mayor, más responsable tal vez, más reflexiva seguro. Y se fija en otras cosas, además de lo ya mencionado. Por ejemplo, en la magnífica planificación que ayuda a acongojar al espectador, o en la música que, escogida sabiamente, pone en marcha las emociones con mayor celeridad. O en lo que por fin es el motivo de esta reflexión: el comportamiento de todas y cada una de las personas que pueblan esa conocida ciudad. Ahora es cuando queda claro el objetivo de Mercero: la sociedad española, en la que priman la picaresca, los rumores, las burla ante el mal ajeno o el suspiro al pensar "menos mal que a mí no me ha tocado." 
Y al volver a ver La cabina siento más tristeza y espanto que terror, porque veo a esos niños burlones, a aquéllos que ayudan mientras no tengan otra cosa que hacer, a las cotillas del barrio, al aprovechado amigo de lo ajeno... y sé que poco o nada ha cambiado en cuarenta años. 
Menos mal que ya casi no quedan cabinas.