

Es una película hermosa y muy recomendable para pasar un rato agradable, surcando los rápidos en esa bañera ingenuamente denominada La reina de África. ¡Chapó!
La historia de Myriam, una pseudo vampira que sobrevive por la eternidad de los tiempos alimentándose de sangre humana. Esa es la sinpsis del film, aunque yo añadiría que esta chupasangres elegante y moderna interpretada de forma soberbia por la fría Catherine Deneuve consigue su inmortalidad absorviendo el amor de sus múltiples amantes, los cuales no le duran demasiado para su desgracia (es que ya se le acumulan en el trastero a la pobre).
La película es una versión ochentera (y un tanto trasnochada) del mito de los vampiros, con una puesta en escena muy de anuncio de perfumes como Vandervilt (o lo que es peor: Farala. Agg!), con tanta cortina al vuelo y ese tonito dorado de la película. Los personajes (exceptuando a los interpretados por la mencionada Deneuve y el estupendo John de David Bowie - que pena que se nos desaparezca tan pronto) son prototipos de la sociedad modernilla neoyorquina, desde los yonquis de discoteca a lo George Michael hasta la niña entrometida y liberal que parece un niño, pasando por el freakie de los patines y, por supuesto, los dos tipos que se meten con una de las protagonistas porque está llamando por teléfono, ocupando así la cabina que parece ser de su propiedad (que papelón, Dafoe!).
A destacar el vestuario del matrimonio protagonista, y la banda sonora con piezas de Delibes y Schubert. Terribles las momias egipcias (nunca mejor dicho!), y el catálogo de obras de arte con el que nos deleita Myriam (que tía más sobrada!).
Se deja ver (a ratos).