lunes, diciembre 03, 2012

VIVIR (AKIRA KUROSAWA, 1952)






La primera vez que vi Vivir (Ikiru, Akira Kurosawa, 1952) –hace media vida literalmente– se podría decir que sufrí un shock cultural. Era una de las primeras películas orientales que veía, por lo que me pareció extremadamente lenta y creo que entendí más bien poco. Las aventuras (y desventuras) del señor Watanabe no me llamaron la atención especialmente y la última parte fue casi un sufrimiento para una joven de 15 años que empezaba a interesarse por el cine. He de decir en mi favor que la vi (y la vi entera)  grabada de un programa de La2 que se emitía demasiado tarde, por lo que mi interés estaba ya despierto pero mi razón quizás poco educada en asuntos de la cultura japonesa. Seguramente muchos no iniciados al cine oriental me entiendan en esta tesitura (no sería la primera vez que veo a gente salir disparada de la sala de cine ante la parsimonia de cines como el japonés). Pero algo tenía que tener Vivir para que me enganchase para siempre al cine que nos llega del Lejano Oriente. 

Akira Kurosawa propone un cuento en el que la moraleja es casi tan extensa como la propia historia. Mediante un estilo realista, que tal vez se podría denominar como neorrealista, el cineasta japonés nos introduce en los últimos días de un hombre anodino, gris, que ha gastado su vida en un trabajo que resulta inútil cuando ya no se tienen ganas de seguir adelante. Sólo la certeza del fin le despertará de su letargo, dedicando el tiempo que le queda simplemente a vivir. A partir del estupendo trabajo de Takashi Shimura, una cuidada planificación –a menudo a ras de tatami– y con una construcción en dos partes bien diferenciadas, hilvanadas mediante flashbacks que nos van aportando información, Kurosawa pone el dedo en la llaga al mostrar  la pasividad de una administración, la japonesa, que no era capaz de solucionar los muchos problemas que tenía la sociedad nipona en esa época de posguerra. Pero si ese es uno de los temas clave, tal vez sea más importante el señalar el egoísmo de los hijos o la corrupción de los políticos hambrientos de poder. Es por ello que es la segunda parte del film, durante la cual asistimos al velatorio del señor Watanabe, la más significativa de ambas. En ella se apunta esa moraleja de la que hablábamos antes, la enseñanza que nos queda clara a los espectadores, no tanto a los protagonistas de la película. Y es que parece que el cuento no tiene un final feliz, puesto que, pese a las buenas intenciones de unos pocos, nada cambia y todo vuelve a la absurda normalidad. Los personajes no han aprendido la lección y volverán a cometer los mismos errores; el pesimismo se apodera del espectador pero, atención, ¿qué hemos aprendido nosotros?  Tal vez sea esa la más valiosa de las enseñanzas. 

Arigatou Kurosawa-san.   

2 comentarios:

EnamoradoDelCeluloide dijo...

Es un peliculón! La vi hace relativamente poco, y es de esas peliculas que uno ve, e instantaneamente te queda grabada para siempre.
Lo que transmite este señor con solo los ojos, es inexplicable. Y cuando se pone a cantar, que tristeza!
Kurosawa fue..perdon, Kurosawa es un genio, y sigue vivo con sus peliculas. Y "Vivir" debe de ser una de las mejores de su filmografia.

bolboreta dijo...

Muy de acuerdo, Fabián.
Muchas gracias por comentar :)