Cartel de la película.
Atención. Spoilers.
Lo que aquí se narra es la ocupación de la ciudad china de Nanking por parte de las tropas japonesas en el invierno de 1937. No se trata de un episodio demasiado conocido y siempre ha sido objeto de polémica entre ambos países, que no se ponen de acuerdo a la hora de cuantificar el número de víctimas de una masacre que no deja de serlo ya sean 3 o 300.000 los muertos. A simple vista parece que Lu Chuan lo tiene claro y su deseo es mostrar la crueldad de unos soldados que no reparan en gastos a la hora de cometer atrocidades. Para ello elige unos determinados personajes, algunos reales, algunos ficticios, y los sigue a lo largo de dos meses en la capital de la República de China con una fotografía en blanco y negro apabullante que le permite regalar al espectador con numerosos planos realmente hermosos y emotivos.
Se ha escrito mucho sobre las similitudes con ciertas películas como La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) o El pianista (Roman Polanski, 2002) y lo cierto - y la pena - es que así es. Para empezar nos encontramos con un reparto de personajes tipo realmente manidos. Tenemos al soldado bueno desde el principio, que siente horror ante las acciones de sus compañeros; el soldado malo que acaba por ablandarse ante la actitud del cobarde que decide ser valiente y morir por la causa; la mujer fuerte que no duda en ayudar a los demás aunque tenga que dar su vida a cambio; los foráneos que adoptan la causa como propia a sabiendas que nada puede pasarles debido a la inmunidad diplomática... Creo que no es necesario continuar.
Como digo, la trama es harto conocida pero también es cierto que nada nuevo puede esperarse ya de una guerra o de una invasión como la que aquí presenciamos. Sin embargo, tal vez el enfoque, de ser distinto, hubiera dado lugar a un film que dejase menos que desear. No por casualidad hay escenas que parecen calcadas de las películas antes mencionadas, como por ejemplo, el momento en que tiran a la hija del Sr. Tang por la ventana. Ante esto el espectador no puede menos que rememorar aquella escena de El pianista en que un hombre inválido era arrojado por la ventana, silla de ruedas incluida, ante la horrorizada mirada de sus familiares y vecinos.
Y en cuanto al guión, a pesar de que no es demasiado original, la historia que se nos narra es interesante. Queremos saber qué sucede con los personajes (con unos más que con otros) y nos emocionamos antes hechos que se desarrollan ante nuestros ojos con crudeza; sin embargo, hay algo que molesta sobremanera y es el hecho de pretender darle a la película un tono épico del que carece y que no está justificado en modo alguno.Y parte de la culpa la tiene la banda sonora, totalmente desequilibrada y poco ajustada al tema y la época. Me explico con un ejemplo: estoy pensando en el momento posterior al ajusticiamiento de cientos de soldados chinos, cuando un soldado es encuadrado por la cámara, desde la espalda, mientras observa un campo plagado de cuerpos muertos y se escucha una música de tambores que se va haciendo más intensa según la cámara hace un travelling en altura con el fin de mostrar un campo más amplio y, con ello, la totalidad de la matanza. Pues bien, señores, esto no es Braveheart (Mel Gibson, 1995) ni nada que se le parezca, porque esto es lo que le viene a una a la cabeza en ese momento. Allí no ha habido ninguna lucha cuerpo a cuerpo, con o sin espadas, mostrando valentía u obediencia a los altos mandos sino un asesinato masivo, a traición y con saña. Es por ello que el tono de batalla que le da el cineasta chino está absolutamente injustificado y hace que la escena adquiera un tono surrealista que lastra la película a partir de ese momento.
Los soldados japoneses fusilan a sus homólogos chinos en uno de los momentos de la película.
Otro de los momentos molestos es el mismo final. Tras ser indultados por Kadokawa, el sargento bueno, un soldado chino y un niño que ha actuado de pequeño ayudante durante las escaramuzas en la ciudad escapan a paso lento (muy lento) de su oscuro destino y, mientras escuchan una detonación, la de la pistola del sargento que sabe (y afirma) que vivir así es peor que la muerte y prefiere quitarse de en medio, empiezan a recoger flores y a reir. Señores, no sé ustedes, pero lo que es a mí este final me molesta. Y me molesta porque después de todo lo que han vivido estas gentes no me puedo creer que hagan lo que hacen porque aunque salgan de la ciudad con vida no tienen motivos para mostrarse alegres ante el incierto futuro en un país tomado por los japoneses.
Por no hablar del momento musical con el que celebran la toma de Nanking. Esta escena es lo más absurdo que he visto en mucho tiempo en una película con ínfulas de realismo y crudeza. Como si de un videoclip se tratase, los soldados danzan al son de un tambor ejecutando un baile tradicional y ritual, avanazando por las calles con pasos similares a los que se ejecutan en una clase de tai-chi. No dudo que este tipo de celebraciones sean así, al igual que no me parece mal que se muestre, lo que no tolero es que Chuan le dedique tantos minutos a esta escena y que la ruede de la forma en que lo ha hecho. Es simplemente terrible.
Y bueno, como siempre doy una de cal y una de arena, y cuando toca hablar de la actuación no puedo si no quitarme el cráneo. Todos y cada uno de ellos hacen suyos unos personajes interpretados con realismo y credibilidad.
El gran descubrimiento es Liu Ye, un actor chino de bellísimo rostro que interpreta una de las mejores escenas de acción del film y, con mutismo absoluto, dice todo con la mirada, dando cuerpo a uno de los personajes que más me han gustado, si no el que más.
Hideo Naikazumi interpreta al protagonista, ese sargento bondadoso caracterizado por una dualidad que no deja de ser extraña porque tan pronto se muestra indeciso y embobado ante las situaciones que vive como ha de detentar un carácter fuerte que se corresponda con su rango. Éste es el personaje que tanto ha molestado al pueblo chino, algo totalmente comprensible, porque de meterse en camisas de once varas y denunciar un hecho que siempre se ha tratado con precaución diplomática es mejor no edulcorar la historia y atreverse a dar la cara ante un posible enfrentamiento de opinión. Y Lu Chuan no se atreve. Es por ello que quiere hacer ver que hubo gente que no era tan cruel pero en este caso no nos sirve y, como sucede con la fotografía, la postura debería ser en blanco o en negro porque eso es lo que demanda la historia y en este caso las medias tintas no sirven.
En Blog de cine se dice que el cineasta no se posiciona y que nos muestra los hechos tal y como sucedieron, sin juzgar ni a unos ni a otros. Yo creo que sí se decanta y lo hace de la forma menos afortunada, redimiendo a todos y cada uno de los personajes, como, por ejemplo, el ayudante del enviado nazi, Mr. Tang, que pasa de ser un cobarde a un héroe, dando una lección al terrorífico alto cargo japonés que ya no nos parece tan malo. Y no creo que que sea la manera de mostrar un tema como el aquí relatado porque la crudeza y el horror quedan diluidos y la fuerza pretendida se pierde en un quiero y no puedo.
Me gusta que las películas ofrezcan una forma bella, un envoltorio atractivo que nos seduzca, pero cuando lo que falla es el fondo no hay nada que hacer. Y Ciudad de vida y muerte falla.
8 comentarios:
Cachis, no la han estrenado aquí, a ver si aguanta hasta que vaya a la metrópoli.
Eso, eso, a ver si la puedes ver y me das la réplica. Y si no, te vienes a verla aquí ;-)
A eso me referia cuando hablaba de "ir a la metrópoli" :D
Lo sé, lo sé :-D
Llego el día 10, diles a los del cine que me esperen
¡Yepa! Pues claro que te esperan, mañana mismo hablo con Golem ;-)
Haz una lista y cuadramos horarios que tengo un ciento por ver.
¡Ah! Y así te doy el artículo en persona.
Descuida lo primero que haré cuando llegue es cojer la guía del odio y hacer una quiniela con las pelis que he dejado pasar deliberadamente para poder verlas en el idioma en que fueron filmadas
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