Cartel de la película.
Hace algunos meses me hablaron de una nueva adaptación de una novela de prestigio,
La carretera, escrita por el
Pulitzer Cormac Mccarthy en 2006. Por las explicaciones que me dieron (no había leído el libro) me pareció que tenía un argumento interesante y me gustó el hecho de que fuese una historia pequeña (en el buen sentido de la palabra) protagonizada por
Viggo Mortensen. Y ahí quedó la cosa.
Pasó el tiempo y estrenaron la película realizada por
John Hillcoat (2009) y yo seguía sin haberme leído el libro. Y decidí que no la vería hasta que no lo hiciera. Por primera vez en mi historia este factor de desconocimiento del material previo me parecía una ofensa para la obra y para mí misma, así que me compré el libro (no podía esperar a verlo en un estante de la biblioteca cuando sabía que el
best seller sería devorado una y otra vez por ávidos lectores) y, feliz por comprobar su escaso número de hojas, me dispuse a leerlo con ganas.
Y me alegro de haberlo hecho por dos motivos, principalmente: el primero, porque disfruté con su prosa, mucho, y me emocioné, más aún, con la historia (ya no es tan pequeña, ahora es inmensa); el segundo, porque ahora puedo juzgar la película con más autoridad, si es que se puede considerar que tengo tal.
McCarthy ideó una distopía trágica y profunda al narrar el fin del mundo y la lucha de algunos supervivientes que no cejan en su empeño de aferrarse a la vida por muy dura que ésta sea. El trabajo del escritor norteamericano es brillante a la hora de describir la terrible situación de un padre y su hijo perdidos de la mano de Dios en un mundo gris y ceniciento, donde el ser humano ha sido despojado de la poca humanidad que le quedaba, donde los instintos de supervivencia han borrado todo atisbo de racionalidad, donde los padres son caníbales para los suyos, donde el mundo se derrumba al paso de los pocos que resisten. La visualización de lo que en la novela se narra resulta realmente fácil para el lector (por lo menos en mi caso así fue) y, a pesar de que el padre ya tenía el rostro de Viggo Mortensen, pude recrear en mi mente todas y cada una de las situaciones que allí se narran.
Pues bien, tras haber quedado satisfecha con la lectura, comprenderán ustedes que las ganas de ver la película eran poderosas en ese momento. Así que me dispuse a acudir al cine a horas intempestivas con el fin de no ser perturbada por nada ni nadie, me acomodé en la butaca elegida y me dispuse a disfrutar. Y ya lo creo que así fue.

Lo que un padre está dispuesto a hacer por un hijo (Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee).
Lo primero que quiero destacar es la maravillosa fotografía. Javier Aguirresarobe, orgullo del cine patrio, hace un trabajo excelente a la hora de ilustrar una tierra apocalíptica. Los tonos ceniza que consigue con su pericia de artesano curtido a base de buen hacer casan a la perfección con aquellas imágenes mentales. La puesta en escena es realmente creíble, al igual que la caracterización de los actores, y la desolación hace acto de presencia desde el primer fotograma, logrando que el espectador se encoja un poco en su asiento.
La adaptación del texto (labor efectuada por Joe Penhall) consigue que lo que se encoja por momentos sea el corazón. La fidelidad es mucha (la historia sigue una linealidad clara a partir de los sucesos en el tiempo, siendo interrumpida por determinados sueños del padre a modo de flash backs, útiles a la hora de situar al espectador, de igual manera que sucede en la novela) a pesar de algún pasaje que en el libro está menos dibujado y que considero innecesario por su buscado efecto lacrimógeno (y porque sino Charlize Theron iba a cobrar por nada en absoluto). Y no hay nada que objetar más allá de que el inicio de la película se antoja apresurado. Pero entiendo la intención del director puesto que en la novela se suceden pasajes iguales (algo correcto y perfectamente comprensible puesto que en ese mundo todos los días lo son) y el peligro de aburrir al espectador era obvio (aunque a mí me hubiese gustado. Ya saben que soy de las que disfruta viendo crecer la hierba).
Michael K. Williams es uno de los malos a su pesar.
El trabajo actoral también es reseñable. Viggo Mortensen parece haber nacido para meterse en papeles difíciles, personajes de caracteres rudos y violentos (cuando han de serlo), ariscos pero honestos y leales, y aquí no hace una excepción. Su encarnación como padre protector de los suyos, sobrepuesto (a la fuerza) a la tragedia de no saber retener a la mujer que ama porque las cosas vienen mal dadas y ha de ser fuerte para acompañar a su hijo hacia el lugar que considera mejor para salir adelante. Un hombre íntegro, que ha de "llevar el fuego" hasta el final.
Y un hijo, interpretado por Kodi Smit-McPhee, que no se queda atrás y que aprende a luchar por su vida (a la fuerza pero así es). El pequeño le da la réplica a Mortensen con soltura y no se arreda ante un Robert Duvall prácticamente irreconocible y que da vida (es un decir) a uno de los personajes que se encuentran a lo largo de su tormentoso periplo hacia el sur. Él es Eli, el único personaje que tiene un (significativo) nombre.
La historia que se nos cuenta, en el libro y en la película, es desmoralizante a ratos (digamos que se trata de un experimento para comprobar como reaccionaría nuestra sociedad ante una situación extrema y el resultado, además de previsible, no es nada halagüeño) pero también reconfortante porque pone de manifiesto que hay lazos que jamás se rompen.
Una película recomendable, sin duda, pero no dejen de leer. Antes o después. Lo mismo da.
A modo de posdata les indico, queridos lectores, que si lo desean pueden hacer sus aportaciones en forma de comentarios acerca de películas como Precious, Celda 211, An education, La mujer sin piano, The lovely bones... ya que no creo que haga reseña de las mismas por falta de tiempo-fuerzas-ganas, como quieran llamarlo. Sin embargo, sepan que entraré gustosamente al trapo, lo saben de buen píxel, si me consideran candidata para sus debates. Mañana más.