¡Ay! Pues sí, ya he vuelto y, por cierto, ha sido niño. Y es más, regreso con ganas para hacer una de las mías. Ahora lo entenderéis, mis fieles lectores.
Durante estos días en los que no he escrito, me he dedicado a ver algunas películas más o menos interesantes, a saber: El último viaje del juez Feng, Mil años de oración, Antes que el diablo sepa que has muerto…., entre otras. Y ninguna de ellas me ha despertado de mi letargo de amanuense cansada de criticar porque sí, sin un motivo real más que el de seros yo también fiel.
Sin embargo, hoy me he levantado con la imperiosa necesidad de deshacerme en garabatos digitales, de desparramar mis opiniones en este pequeño espacio. Vamos, que ayer estuve mirando Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007), y no es un error gramatical, no, estuve mirando y no viendo, aunque sí estuve escuchando y no oyendo. Ahora desenladrillo el cielo, no os preocupéis.
Una momia rosa o, mejor dicho y más bien, el hombre invisible con un criterio estético muy discutible. Ésa era la información con la que contaba antes de meterme en la ridícula sala del cine al que acudí presta a acompañar a una personita importante. ¿La sala 4? Pues sí, ésa es la confianza que se le otorga al cine español, ya veis. Y da igual qué película sea.
En fin, que comenzó la proyección y desde el principio no pude hacer otra cosa que mirar. Es que no lo pude evitar: Karra Elejalde me impedía la inmersión en la trama, en un argumento que no está mal construido, sino mal interpretado. El propio Elejalde (pues sí, ya tenemos un Bill Murray propio), Bárbara Goenaga (pobrecilla) y, especialmente, el Sr. Vigalondo, que se empeña en aparecer en sus trabajos, tal vez por el miedo a que su sello no sea perceptible desde la mera y pura dirección.
Un guión que, como digo, no estaría mal si no fuese porque se presta a crear un cierto aburrimiento cuando las cosas se repiten una y otra vez, con los mismos planos desde otra perspectiva, y ahí se queda la cosa, ni chicha ni limoná. Lo que comentamos a la salida del cine es que tal vez fuese mejor quitarle minutos al film y dejar un mejor sabor de boca en un espectador que, por lo visto, sale encantado de todas formas. ¿Será que soy muy crítica? No lo sé, o sí que lo sé, pero me molesta que se diga que este tipo de películas salva el cine español porque no es cierto. Porque las ideas nuevas (que no originales) han de ser llevadas a cabo con eficacia, que si no, el esfuerzo es inútil.
Y qué más decir… Pues que de todo este Día de la marmota me quedo con la música de Chucky Namanera (de ahí lo de escuchar, que no oír) y la fotografía de Flavio Labiano, las dos únicas motivaciones de la película. Porque ni siquiera el título funciona: de cronos, unos minutos, pero de crimen no tié ná.